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lunes, 30 de noviembre de 2009

Carolina.

Charles Nodier nos relata una curiosa leyenda llevada incesantemente a la narrativa.

En este relato la dama se llama Carolina, y sus desventuras dilatadas se fundan en el desprecio por un moribundo, que oportunamente decide retornar a su lado como fantasma.

Carolina.
Caroline; Charles Nodier (1780-1844)

Una joven de dieciocho años, llamada Carolina, inspiró la más violenta pasión a un hombre de edad madura, y como a los cincuenta uno es, según se dice, más enamoradizo que a los veinte -aunque con muchos menos medios para complacer-, el herrumbroso pretendiente asediaba sin cesar a Carolina, que estaba lejos de corresponder a sus sentimientos. Pero esta muchacha cometió el más imperdonable de los errores: ponerle en ridículo y atormentarle, cuando debería haberse contentado con alejarse de él con frialdad y decencia. Al cabo de tres años de perseverancia por una parte y de malos tratos por la otra, el infortunado amante sucumbió a una enfermedad de la que aquel funesto amor fue en gran parte el origen.

Sintiendo cercano su fin, solicitó, como último deseo, que Carolina se dignase al menos ir a recibir su eterno adiós. La joven rechazó tajantemente este ruego. Una de sus amigas, que estaba presente, le dijo amablemente que haría bien en conceder este triste consuelo a un infeliz que moría por y para ella. Sus consejos fueron inútiles. Vinieron por segunda vez a hacerle el mismo ruego, añadiendo que el enfermo solicitaba ver a Carolina más por el interés de ella que por el suyo propio. Pero este segundo mensaje no corrió mejor suerte que el primero.

La amiga de Carolina, indignada por esta dureza hacia un moribundo, la acució con más energía y le reprochó su coquetería y malos procedimientos hacia un hombre a quien al menos podía ofrecer un instante de piedad como expiación. Carolina, cansada de tales impertinencias, consintió finalmente de muy mala gana y dijo: -Vamos, llévame a casa de tu protegido: pero sólo estaremos un momento, te lo advierto, no me gustan ni los moribundos ni los muertos.

Las dos amigas partieron finalmente. El moribundo, al ver entrar a Carolina, hizo un último esfuerzo y tomó la palabra con voz apagada:

-Ya no hay tiempo, señorita, -dijo- me habéis negado con crueldad la dicha de veros cuando os lo he rogado: sólo deseaba perdonaros mi muerte. A partir de ahora me veréis más a menudo que en el pasado. Recordad solamente que habéis tardado tres años en llevarme dolorosamente a la tumba... Adiós, señorita... Hasta esta noche.

Al acabar de decir estas palabras, que le costó un trabajo infinito pronunciar, expiró.

Carolina, presa del horror, huyó precipitadamente. Su amiga usó todos los medios posibles para calmar su extrema agitación. Carolina le suplicó que pasara la noche con ella. Dispusieron otra cama en la misma habitación, dejaron los candelabros encendidos, y las dos amigas, como no podían dormir, estuvieron mucho tiempo hablando entre ellas. De repente, hacia la medianoche, las luces se apagaron por sí solas. Carolina exclama con terror:

-¡Ya está aquí! ¡Ya está aquí!

Su amiga, que sólo oye ahogados suspiros, seguidos de un profundo silencio, reúne sus fuerzas y llama arrebatadamente; acude la gente de la casa, intentan encender los candelabros, pero es inútil. Al cabo de un cuarto de hora, que transcurre en medio de mortales angustias, suena el reloj. Carolina lanza un profundo suspiro, como alguien que sale de un largo sopor. Las velas se encienden solas; la gente de la casa se retira, y Carolina, con una voz agonizante, dice:

-¡Ah! ¡Por fin se ha ido!
-¿Lo has visto entonces?
-Sí, y estoy totalmente segura de que cumplirá sus amenazas.
-¡Y qué! ¿Te ha hablado?
-Esto es lo que acabo de oír: durante tres años vendré todas las noches a pasar un cuarto de hora con vos. Por lo demás, estad tranquila, no os haré ningún daño; limito mi venganza a obligaros a ver cada noche a aquel a quien habéis llevado a la tumba a causa de vuestra imprudente conducta.

La amiga, que no sentía mucha curiosidad por ver repetirse la misma escena, se negó a pasar las noches siguientes con Carolina, quien le reprochó que la abandonase a un vampiro.

Las visitas nocturnas continuaron. Carolina, bella, rica, dueña de sus acciones, y con veintiún años, quiso casarse con la esperanza de alejar al fantasma; pero el rumor de las apariciones hizo desistir a los pretendientes. Sólo uno, un gascón, llamado Señor de Forbignac, se presentó y se ofreció como esposo. La necesidad le obligó a aceptar; pero al día siguiente de las bodas (sin que llegara a saberse cómo había transcurrido la noche) el gascón desapareció con la dote y muchas joyas que no formaban parte de ella.

La amiga de Carolina, sensible a tantas desgracias, acudió junto a ella, la consoló lo mejor que pudo y la llevó a un lugar donde concluyó tristemente su penitencia. Pasados los tres años, su vampiro le anunció al fin que ya no le vería más; y cumplió su palabra. Una lección tan severa suavizó su carácter. La muerte del Señor de Forbignac, que tuvo la honestidad de no volver, dejó libre a Carolina para que pudiera casarse de nuevo, y esta vez encontró un esposo que la hizo totalmente feliz.

Charles Nodier (1780-1844)

Aire (Emilia Pardo Bazán)

El siguiente Relato de Emilia Bazan tiene, en mi opinión, dos virtudes tan innegables como originales: La fantasía de una desdichada enamorada que se ve a si misma como una fría ráfaga de aire, y la otra, brutalmente honesta; que vincula la muerte con la única cura contra un amor despreciado.


Aire.
Emilia, condesa de Pardo Bazán (1851-1921)

-Tenemos otra loca; pero ésa, interesante -díjome el director del manicomio, después de la descorazonadora visita al departamento de mujeres-. Otra loca que forma el más perfecto contraste con las infelices que acabamos de ver, y que se agarran al gabán de los visitantes, con risa cínica... Y figúrese usted que esta loca está enamorada...; pero enamorada hasta el delirio. No habla más que de su novio, el cual, por señas, desde que la pobrecilla ha sido recluida aquí, no vino a verla ni una vez sola... Si yo creo que esta muchacha, suprimido el amor, estaría completamente cuerda. Verdad que lo mismo les pasa a muchos mortales. La pasión es quizá una forma transitoria de la alienación mental, desde que nos hemos civilizado...

-No -contesté-. En la Antigüedad precisamente es donde se encuentran los casos característicos de pasión: Fedra, Mirra, Hero y Leandro...
-¡Ah! Es que ya entonces estaba civilizada la especie. Yo me refiero a épocas primitivas.
-Sabe Dios -objeté- lo que pasaba en esas épocas, de las cuales no nos han quedado testimonios ni documentos. Lo indudable es que el sufrir tanto por cuestión de amor es uno de los tristes privilegios de la Humanidad, signo de nobleza y castigo a la vez... ¿Se puede ver a esa muchacha?
-Vamos; pero antes pondré a usted en algunos antecedentes... Ésta es una joven bien educada, hija de un empleado, que se quedó huérfana de padre y madre y tuvo que trabajar para comer. Se llama, deje usted que me acuerde, Cecilia, Cecilia Bohorques. Quiso dar lecciones de piano, pero no era lo que se dice una profesora, y por ese camino no consiguió nada. Pretendió acompañar señoritas, y le contestaron en todas partes que preferían francesas o inglesas, con las cuales se aprende... ¡sabe Dios qué! Entonces, la chica se decidió a coser por las casas, y en esta forma ya encontró medio de vivir: dicen que tiene habilidad y gracia para la cuestión de trapos... Se la disputaban y la traían en palma sus clientes. De su conducta todo el mundo se deshacía en alabanzas. Entonces la salió un novio, el hijo del médico Gandea, muchacho guapo, algo perdido. Amoríos, vehementes, una novela en acción. Según parece, el muchacho quería llevar la novela a su último capítulo, y ella se defendía, defensa que tiene mucho mérito, porque, repito, y los hechos lo han demostrado, que se encontraba absolutamente bajo el imperio de la más férvida ilusión amorosa. Una de las señales que caracterizan el poderío de esta ilusión es el efecto extraordinario, absolutamente fuera de toda relación con su causa, que produce una palabra o una frase del ser querido. Dijérase que es como palabra del Evangelio, que se graba indeleblemente en los senos mentales, y de la cual se deriva, a veces, todo el contenido de una existencia humana ¡Extraño dominio psíquico el que otorga la pasión!

El novio de Cecilia, al final de las escenas en que él solicitaba lo que ella negaba dominando todo el torrente de su voluntad rendida, solía exclamar en tono despreciativo:

-¡Tú no eres nadie; eres más fría que el aire!

Con su asonamiento y todo, la frasecilla acusadora se clavó como bala bien dirigida dentro del espíritu de la muchacha, y allí quedó, engendrando un convencimiento profundo... Ella era, seguramente, aire no más... Lo repetía a todas horas -y ésta fue la primera señal que dio de su trastorno-. Como que no hizo otra cosa de raro, ni menos de inconveniente. Con el mismo aspecto de pudor y de reserva que va usted a verla ahora, siguió presentándose en las casas de las señoras para quienes trabajaba, y de estas señoras ha partido la idea de traerla aquí, a fin de que yo intente su curación. Se interesan por ella muchísimo.

-¿Y usted espera que cure?
-No -respondió el médico en tono decisivo y melancólico-. La experiencia me ha demostrado que estas locuras de agua mansa, sin arrebatos, sonrientes, dulces, apacibles en apariencia, son las que agarran y no se van. No temo a las brutales locuras de la sangre, sino a las poéticas, las refinadas, las delicadas, las finas... Yo les he puesto, allá en mi nomenclatura interna, este nombre: locuras del aire...

-¡Como la de Ofelia! -respondí.
-Como la de Ofelia, justamente... Aquel gran médico alienista que se llamó -o no se llamó- Guillermo Shakespeare, conocía maravillosamente el diagnóstico y el pronóstico...

Después de estas palabras de mal agüero, el médico me guió a la celda de la loca del aire. Estaba muy limpio el cuartito, y Cecilia, sentada en una silleta baja, miraba al través de la reja, con ansia infinita, el espacio azul del cielo y el espacio verde del jardín. Apenas volvió la cabeza al saludarle nosotros. Era la demente una muchacha delgadita y pálida; sus facciones aniñadas, menudas, serían bonitas si las animasen la alegría y la salud; pero es cierto que hay muy pocas locas hermosas, y Cecilia no lo era sino por la expresión realmente divina de sus grandes ojos negros cercados de livor azul y enrojecidos por el llanto cuando respondió a nuestras preguntas:

-¡Va a venir, va a venir a verme de un momento a otro! ¡Me quiere a perder, y yo..., vamos, no sé decir lo que le quiero! Lo malo es que, acaso, al tiempo de venir, ya no me encontrará... Porque yo, aquí donde ustedes me ven, no soy nada, no soy nadie... ¡Soy más fría que el aire! Como que soy eso, aire... No tengo cuerpo, señores... ¡Y como no tengo cuerpo, no he podido obedecerle con el cuerpo ¿Se puede obedecer con lo que uno no tiene? ¿Verdad que no? Yo soy aire tan solamente. ¿No me creen? Si no fuese esa reja, verían cómo es verdad que soy aire... Y el día que quiera, a pesar de la reja, se convencerán de que aire soy. ¡Y nada más que aire! Él me lo dijo..., y él dice siempre la verdad. ¿Saben ustedes cuándo me lo dijo la primera vez? Una tarde que fuimos de paseo a orillas del río, a las Delicias... ¡Qué bien olía el campo! Él me quería estrechar, y como soy aire, no pudo. ¡Y claro! ¡Se convenció!... ¡Soy aire, aire solamente!

Comentó estas declaraciones una carcajada súbita, infantil. Salimos de la celda previo ofrecimiento de avisar al novio, si le encontrábamos, de que su amiga le esperaba con impaciencia. Y fue una semana después, a lo sumo, cuando leí la noticia en los periódicos. Llevaba este epígrafe: Suceso novelesco. ¡Novelesco! Vital, querrían decir: porque la vida es la grande y eterna noveladora.

Aprovechando quizá un descuido de los encargados de su custodia, presa de un vértigo y aferrada a la idea de que era aire, Cecilia trepó hasta la azotea de uno de los pabellones, se puso en pie en el alero y, exhalando un grito de placer (realizaba al fin su dicha), se arrojó al espacio.

Cayó sobre un montón de arena, desde una altura de veinte metros. Quedó inmóvil, amodorrada por la conmoción cerebral. Aún alentó y vivió angustiosamente dos días. El conocimiento no lo recobró.

Su última sensación fue la de beber el aire, de confundirse con él y de absorber en él el filtro de la muerte, que cura el amor.

Emilia condesa de Pardo Bazán (1851-1921)

Luna Nueva (Pelicula)

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Descripción
Título original: The Twilight saga: New moon.
Dirección: Chris Weitz.
País: USA.
Año: 2009.
Duración: 130 min.
Género: Fantástico, drama, romance.
Interpretación: Kristen Stewart (Bella Swan), Robert Pattinson (Edward Cullen), Taylor Lautner (Jacob Black), Chaske Spencer (Sam Uley), Alex Meraz (Paul), Ashley Greene (Alice Cullen), Peter Facinelli (Dr. Carlisle Cullen), Elizabeth Reaser (Esme Cullen), Kellan Lutz (Emmett Cullen), Nikki Reed (Rosalie Hale), Dakota Fanning (Jane), Michael Sheen (Aro), Jamie Campbell Bower (Caius). Guión: Melissa Rosenberg; basado en la novela de Stephenie Meyer. Producción: Wyck Godfrey y Mark Morgan.
Fotografía: Javier Aguirresarobe.
Música: Alexandre Desplat.
Montaje: Peter Lambert.
Diseño de producción: David Brisbin.
Vestuario: Tish Monaghan.
Distribuidora: Aurum.
Estreno en USA: 20 Noviembre 2009. Estreno en España: 18 Noviembre 2009.

Bella Swan tienta al destino en su intento de conocer mejor a su amado vampiro, Edward Cullen. A medida que se sume en los misterios del mundo sobrenatural del que ansía formar parte, descubre un par de antiguos secretos que la ponen más en peligro que nunca. Nada más cumplir Bella 18 años, Edward decide abandonarla con intención de protegerla. Una desconsolada Bella se ve pasando su último año de instituto sola, medio dormida e insensible, hasta que descubre que puede visualizar la imagen de Edward siempre que corre peligro. Su deseo de estar con él a toda costa la lleva a asumir riesgos cada vez mayores, e incluso llega a aficionarse a correr temerariamente en moto a toda velocidad. Con la ayuda de Jacob Black, su amigo de la infancia y miembro de la misteriosa tribu quileute, Bella restaura una moto para sus aventuras. El gélido corazón de Bella se va descongelando poco a poco gracias a su creciente relación con Jacob, que guarda su propio secreto. Cuando Bella deambula sola hasta un prado, se encuentra cara a cara con un letal atacante. Tan solo la intervención de una manada de lobos la salva de una espeluznante muerte y el encuentro deja terriblemente claro que Bella todavía corre grave peligro. En una carrera contrarreloj, Bella descubre el antiguo secreto de la tribu quileute y el auténtico motivo por el cual Edward la dejó. También afronta la posibilidad de una reunión potencialmente mortal con su amado, muy distinta de la que esperaba.

-=Literatura Gotica=-

Breve selección de cuentos, relatos y novelas góticas.
(Todos los relatos están en español salvo que indiquemos lo contrario).

Cuando hablo de "literatura gótica" me refiero a aquellas letras que por su naturaleza están inclinadas hacia ciertas concepciones de la Belleza. No pretendo hacer de esto un manifiesto ni entrar en estériles polémicas sobre si tal o cuál autor es gótico o no. Aquellos más interesados en el maquillaje que en la lectura, bien pueden dedicarse a su narcisismo y alejarse. Aquí nos gusta permanecer en silencio, nos gusta leer mientras saboreamos un buen café; creemos que la lectura es un acto divino, delicadamente íntimo. Por eso construimos con cariño este humilde y e incompleto Laberinto: para leer.
Aquellos que deseen perderse con nosotros, son bienvenidos.